PERO NO DEL QUE PERCIBE EN GRAN CANARIA.
En la edición del periódico La Provincia/Diario
Las Palmas del 16 de Junio pasado –si no me confundo de fecha- se publican unas
aclaraciones del director –que no Director- orquestal Pedro Halftter sobre el
sueldazo de 317.670 euros anuales -aparte de otras “gratificaciones”-que, según
El País, percibe entre la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria, la Real
Orquesta Sinfónica de Sevilla y el Teatro de la Maestranza sevillano. Halffter
afirma que, ante la actual crisis económica, ha rebajado sus emolumentos, pero solamente se
refiere a los percibidos
en la Capital Hispalense (¡qué nos importa e interesa a los grancanarios lo que
únicamente atañe a los sevillanos!), sin que en momento alguno aluda a los que
obtiene en nuestra orquesta, por lo que, ante esta omisión, no hace falta ser
Sherlock Holmes –mi admirado e inolvidable investigador- para deducir que aquí
no los ha rebajado, seguramente porque no nos afecta la crisis y porque nuestro
Cabildo, patrocinador de la orquesta, es muchísimo más rico que las instituciones
sevillanas a las que compete su orquesta y su teatro, y, por ende, puede pagarle
íntegramente sus honorarios, que desconocemos su cuantía, aparte de esos 10.000 euros, que
según El País, cobra por cada concierto que “desdirige”, y como en la
finalizada temporada fueron 11, pues calcule el lector su cifra total.
Esto no puede ni
debe
mantenerse oculto, como si de un secreto de estado se tratase, porque los
contribuyentes tenemos
absoluto derecho a saber
como
y de que modo
se emplean los dineros de los impuestos que pagamos, y si su uso están justificados y
se corresponden con la real valía de los que los perciben, que en el caso de Pedro
Halffter deben ser muy desproporcionados por su ínfima categoría. Por ello, hay
que exigir “luz y taquígrafos”, como se decía antes de la aparición del
ordenador, y que la Consejería de Cultura, o en su defecto la Fundación de la
orquesta, nos informe detallada y exhaustivamente, si necesario fuera, de las
ganancias de este inepto director que ocupa, para desgracia de los melómanos
con conocimientos, o con capacidad auditiva, el podium rectoral de nuestra
desdichada orquesta, que por la calidad de su plantilla merece una dirección
más competente.
GUILLERMO
GARCÍA, ahora ennoblecido como GARCÍA-ALCALDE, SÍ ESCRIBIÓ SOBRE EL CONCIERTO
DEL BAJO ROBERTO SCANDIUZZI.
Efectivamente,
este “Doctor” en crítica musical que es don Guillermone, infinitamente superior
al considerado, erróneamente, eminente musicólogo y compositor Adolfo Salazar,
expatriado a Méjico por la rebelión franquista, si escribió un comentario sobre
la actuación, en la primera parte del bajo treviseño Roberto Scandiuzzi –que
fue la única que oyó porque tuvo que abandonar el Pérez Galdós en el intermedio
por un compromiso, según confesó-, en la edición de La Provincia/Diario de Las
Palmas del 23 de Junio último, y que no vi ese día; y en esa “crítica”
manifestó -según me han informado-, entre otras majaderías, que el programa fue
más
amable que difícil…con un rico repertorio de recursos siempre animados por la
teatralidad –casi
realizando payasadas –con todos mis respetos hacia los payasos, que los ha
habido muy dignos-. Este exmonje trapense
–según noticias merecedoras de mi crédito por su rigor y seriedad- sigue
demostrando que sus “conocimientos” sobre el canto son muy elementales
y rudimentarios.
Y esta vez la víctima de ellos fue este estupendo bajo, hombre además simpático
y extrovertido que conectó con el público, no solamente por su rico repertorio
de recursos siempre animados por la teatralidad (a los que presumo una clara imputación de
efectismos, que son,
precisamente los que usa y abusa el “yoista” (según el concepto ortegagassetiano)
Plácido Domingo, al que además considera “gran director” orquestal cuando es
abrumadoramente inferior a su paupérrima calidad como “cantante” -¿Cuándo nos
“deleitará” encarnando al verdiano Falstaff? Estoy ansioso por oírselo por el “supremo
deleite” que me ocasionará-.
Este don Guillermone se considera como el Oráculo de Delfos),
sino por su sobresaliente calidad interpretativa. En nuestra entrevista semanal
de la pasada semana, le mostré el programa de Scandiuzzi al barítono Francisco
Kraus –al que tuve el inmerecido honor
de presentar en su doctísima conferencia del 19 del recién finalizado Junio en
la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Gran Canaria, a la que no asistió el tal García, seguramente porque supondría
que sus conocimientos sobre el canto son infinitamente superiores a los de un
vulgar intérprete de la horrenda zarzuela y excatedrático de canto en la
Escuela Superior de Música de Venezuela (Ministerio de Educación) y en una de
las escuelas del Consejo Nacional de Cultura (CONAC) de Caracas, y
excatedrático de perfeccionamiento de canto en el Conservatorio Superior del
Liceo de Barcelona, donde descubrió a nuestra paisana Yolanda Auyanet como soprano
lírica-ligera, que llegó al Conservatorio liceísta como ¡mezzosoprano!
Tampoco
fue al concierto del día 13 en el R.C. Náutico de Gran Canaria, protagonizado
por sus alumnos, la soprano lírica Pilar Córcoles y el bajo-barítono Vicente
Domínguez, porque seguramente consideraría que de tal mediocre profesor no
podrían salir sino discípulos sin calidad-, y lo encontró muy acertado, nada de
más
amable que difícil
sino al contrario, porque las obras de los compositores incluidas, algunas de
las cuales él –Paco Kraus- había interpretado en sus ya algo lejanos recitales,
exigen
belcantismo,
que fue lo que precisamente hizo el bajo italiano.
Pero, ¿qué se puede esperar
de un sujeto que en 1964, cuando era un simple cronista en la pueblerina Oviedo
–en la que la gente se colocaba en fila delante del Teatro Campoamor para ver a
las personas que asistían a la ópera-, consideró que Alfredo Kraus, que había triunfado
rotundamente en la Scala de Milán con la bella ópera belliniana “La Sonámbula”,
de
dificílisima tesitura sobreaguda para el tenor y paradigma del más depurado
belcantismo; que la dirección de ese mismo teatro -justamente considerado
mundialmente como la
Catedral de la Ópera- tuvo que retirar de cartel la ópera Alí-Babá, programada para
conmemorar en 1960 el bicentenario del natalicio de su compositor, Luigi María
Cherubini, al no
poder contar
con la participación de
Alfredo Kraus, que
tenía ya comprometidas todas las fechas, y no haber tenor alguno que pudiera
cantarla por su tesitura agudísima, por lo
que no le quedó más alternativa que esperar hasta Junio de 1963 -¡tres años de
demora!- para
representarla; que obtuvo un clamoroso triunfo en el Teatro Regio de Parma, el más temido del
mundo por los cantantes
por la intransigencia del público de “gallinero”, que hacía pocos días había
abucheado estrepitosamente a un tenor de la categoría y calidad de Carlo
Bergonzi por su floja actuación, y donde nuestro coterráneo impuso su
exquisita línea de canto, arrancando encendidos aplausos de los “leones” -el público de
“gallinero-”, según el comentario del crítico musical de la revista italiana
“Oggi”, que lo tituló “Bajó
al foso de los leones”;
que el famoso director operístico Mario Cordone, manifestó: “En mi larga
carrera direccional no he
oído un tenor con la pureza canora de Alfredo Kraus, en la que supera incluso a
Tito Schipa,
uno de los cantantes más refinados de la historia del teatro melodramático”.¡Y
no era para don Guillermone García una de las más grandes figuras de la Ópera! Sobran los
comentarios porque caen por su propio peso. Y no estoy siendo turiferario, ni
mucho menos “agente propagandístico” de Alfredo Kraus, como don Guillermone
García me calificó en su tarjeta del 3 de Marzo de 1966, sino dejando
constancia de unos hechos tal como sucedieron y que constituyen brillantes
capítulos de su gloriosa historia lírica, de la que soy un simple cronista.
Empero es un fanático wagneriano, y ha impuesto,
con su poderío virreinal un Aula Wagner en nuestra Universidad (si algún
compositor la merece, es, indiscutiblemente, Camille Saint Saëns, que pasó
siete temporadas en Gran Canaria –entre 1889 y 1909-, principalmente en su
capital, Las Palmas, donde se integró en su ambiente musical, estableció
amistades, entre ellas, con el Maestro Bernardino Valle, Director de la
orquesta de la Sociedad Filarmónica, y con mi abuelo paterno, el Maestro Rafael
Dávila Macías, compositor, director y cofundador de la mencionada sociedad
musical, y compuso “Las campanas de la Catedral de Canarias” y el vals
“Canariote”, creo, pero no lo aseguro contundentemente, que ambas para piano),
compositor que, a más de robar descaradamente a Liszt sus revolucionarios
descubrimientos musicales (no me cansaré de reiterarlo) es de los menos
apreciados entre nuestros operófilos por sus somnolientas óperas, salvo algunas
excepciones como Tanhaüser, Lohengrin, Los maestros cantores de Núremberg y El
buque fantasma, conocida también por El holandés errante, (la Tetralogía es
además de “infumable” –calificativo que gusta mucho usar a este “genial
crítico”, especialmente para la danza ritual del fuego,de El amor brujo, de
Falla- fantasiosa en sus personajes –dioses, walkirias, nibelungos (enanos),
dragones y demás faramalla- nada humanos -Hegel en el II tomo de su celebrada
obra “Estética”, página 256, escribe que “El canto de los Nibelungos…no tiene
con nuestra vida doméstica y civil, con nuestras costumbres, con nuestras leyes,
con nuestras instituciones y nuestras constituciones, casi ninguna
relación viva”-
un auténtico somnífero por su monótona partitura, extensa hasta el agotamiento),
-para este sabihondo Rachmaninoff y Tschaikowsky nada aportaron a la Música- y también un tremendo
forofo –por emplear un término deportivo- de la llamada “Música contemporánea”,
de
la que hace mucho dejé de interesarme por el género, pues es malo, barato,
inferior, subsidiario de mil conceptos bastardeados, etc. etc. En el momento en
que decidí ocuparme seriamente de la Música, sin atender a las querencias del
público, la música contemporánea –salvo contadísimas excepciones, que haberlas
haylas- pasó
a muy segundo término. No me interesa.
¿Recordará don Guillermone todos estos
calificativos despectivos que él aplicó a la “pésima” ópera italiana en su
carta del 3 de febrero de 1966 –que conservo en mi archivo (el eminente
musicólogo y compositor español Adolfo Salazar, citado al principio, manifestó
en su libro “Síntesis de la historia de la Música”: Desconfiad de aquellos que
niegan valor a determinados momentos del arte musical para erigirse en
fervientes admiradores de una escuela o estilo determinado. Esos no aman la
Música. Sólo
son aficionados a un género más o menos definido de ella”.)- y que yo suscribo
totalmente con relación a la “Música llamada desacertadamente, en mi opinión, contemporánea, carente de algo tan
esencial, elemental y fundamental como la melodía –que es la que hace que se recuerde una
composición o algunos fragmentos de ella, y que hasta tienen obras tan vulgares
y chabacanas con “La pelona”, “La vaca lechera” y “Se va el caimán”, por citar
algunas de mi época infantil, y que Wagner persiguió obsesionadamente, envidiando
la de Bellini?
La considerada de nuestro tiempo es ruidosa, estrepitosa,
reiterativa, plúmbea, enervante por los chirrridos y el rascar –que no acariciar-
con los arcos las cuerdas de los violines, las violas, los violoncelos y los
contrabajos, el aporrear las teclas del piano, la estridencia del viento, el
graznido y la cuasideclamación del canto en las consideradas “óperas” actuales,
todo esto sin ilación de los sonidos, que en lugar de producir placidez o
emoción auditora, contribuye directamente a aumentar el enervamiento que nos
ocasiona diariamente la circulación automovilística; el constante empleo de las
bocinas por una nimiedad; las radios de los vehículos al máximo volumen,
emitiendo miles de decibelios; las sirenas de las ambulancias o de los coches
policiales, usadas caprichosamente y sin justificación de urgencia alguna –un
turista británico juró que jamás volvería a España, y, concretamente, a Las
Palmas de Gran Canaria porque tenía la impresión “de estar inmerso en una
situación bélica”-; la gente que en vez de hablar moderadamente grita hasta
desgañitarse; los hirientes y molestos ladridos perrunos.
Cuando asisto a un
concierto de música clásica o culta, a una ópera, a una zarzuela o a un ballet,
quiero relajar -¡qué delicia sobre todo la música del barroco, del clasisismo y
del belcantismo, especialmente, por su serenidad!- (aunque hayan fortes y
fortissimi) mi estado anímico, mi tensión –que no estrés (otro absurdo e inútil
anglicanismo)- mi excitación nerviosa, provocada por los agentes susodichos, y
no que alcance cotas insoportables causadas por la audición de obras
“contemporáneas”. Y no soy en absoluto ni conservador ni reaccionario en modo
alguno en creaciones actuales verdaderamente artísticas.
¿Quién recuerda, tararea
o silba un “aria” de Wozzeck o de Lulú, de Alban Berg; o de Muerte en Venecia o
de Billy Budd, de Benjamin Britten; y ya más cercanas, de Kiu, de Luis de
Pablo; o de La hija del Cielo, de nuestro coterráneo Juan José Falcón –que ni
siquiera el tenor venezolano Aquiles Machado, que encarnó a nuestro héroe
aborigen Bentejuí, incluye en su curriculum como protagonista en su estreno
mundial en el Teatro Pérez Galdós porque seguramente considera que no le aporta
prestigio; y que no se ha representado más, ni siquiera en Tinerfelandia
(“òperas” que exigen necesariamente la acción escénica para
aguantarse porque oídas en versión de concierto o en disco resultan
insoportables por su anticanto)-; y hasta de los inacabables monólogos de
Richard Wagner, y también del otro Richard, Strauss? Nadie.
¿Quién identifica al
autor de una sinfonía o de otra pieza orquestal u operística más o menos
contemporánea –con mucha flexibilidad en
este encasillamiento- por su música, como sucede con la de Bach, Vivaldi
Mozart, Beethoven, Liszt, Chopin, Debussy, Ravel, Strawinsky, Prokofieff, Shostakovich, Albéniz, Falla, e incluso
Wagner –sobre todo en sus preludios- y Richard Strauss –sus encantadores valses
y la bella aria del tenor italiano ”Di
rigori armato” de El caballero de la rosa-, por citar solamente a algunos
nombres de los muchísimos que podría mencionar? La misma respuesta: nadie porque carece del sello
personal de su creador que le imprime su carácter.
La oímos una vez y nada permanece en nuestra
memoria por lo que en una siguiente audición nos parecerá escucharla por vez
primera. Y esta es la realidad por mucho que duela a los
contemporaneófilos.
Esta es mi “doctrina” –discutible, obviamente, y que no
pretendo imponer como dogma- que hago extensiva a la pintura, a la escultura y
a la arquitectura.
Carmelo
Dávila Nieto
Exvotante
del PSC-PSOE.
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